sábado, 8 de febrero de 2014

Memorias de una adolescente sarcástica - Capítulo 2

Por petición de María (http://blogelcajondelosdesastres.blogspot.com.es), aquí está el segundo capítulo. Sí, al final he decidido colgarlo, no me mateis. Os dejo el primer capítulo aquí, o aquí, o aquí, o donde os de la gana clickar  aquí .

Capítulo 2


Me pasé casi toda la noche hablando sola, sobre todo lo que no me dejaba dormir, y creo que los abuelos del cuarto picaron un par de veces, mi madre entró unas siete para ver si me estaba drogando o si iba borracha, y el rompecostillas solo necesitó una vez para hacer que mis pensamientos pasaran de mi boca a mi mente otra vez. Cretino estúpido. ¿Cómo podía gritar tanto sin que sus padres le llamasen la atención? O incluso los otros vecinos... 

- ¿Desea su majestad un poco de agua con limón para refrescar la voz?- había dicho con la voz más alta e irónica que he oído jamás.

La maldita indirecta bastó para silenciar los insultos, imaginaciones y pensamientos de como pensaba estrangularle. Ahora que lo pensaba, no sabía su nombre. Es más, del único conocido del cual sabía el nombre y que no vivía en mi casa era del director del colegio, y tan solo porque lo había dicho al empezar la charla y era de lo único de lo que me había enterado. Pensé en dormir, pero por última vez miré mi lista de contactos de WhatsApp:

Mamá

Papá

Abuelito

Abuela

Sí, lo cierto es que era deprimente. Ni un primo, ni un vecino, ni una antigua amistad de primaria. Lo peor es que de mis cuatro contactos, ni mis abuelos se dignaban a abrirme, y las únicas conversaciones que tenía con mi padre eran:

Yo: No hay comida
Papá:  Pide pizza, hija
Yo: No tengo dinero
Papá: Pues róbaselo a tu madre y pídela, que cuando llegue quiero comer y dormir.

De las de mi madre no estaba orgullosa, ya que le cortaba mucho tener que darme charlas sobre sexualidad, como en el colegio. Así que me lo explicaba por esos mensajes. Automáticamente pensé en borrarlos, por si alguien los veía, pero no tenía amigos y nadie se molestaría en ver mi móvil. Y como me daba palo, ahí siguen. Decidí que al terminar el curso, mi móvil sonaría 26 horas al día. También decidí que necesitaba reforzar mis conocimientos de matemáticas. A la mañana siguiente me levanté temprano, me vestí y cepillé el pelo (aunque nunca meticulosamente, no me molestaba tener un pelo fuera de lugar o la camiseta un poco arrugada). Me tomé mi tazón de cereales, que era sagrado para mí, y metí en mi mochila verde un par de libretas y algunos libros que consideré, ya que nos dijeron que los primeros días no haríamos mucha cosa. Las clases empezaban a las ocho y media. Vivía a unos diez minutos del colegio. Eran y veinticinco en mi móvil. Y veinte en mi reloj. Las ocho en punto en el reloj de la cocina. Desistí de averiguar la hora y salí a paso ligero de casa. Mi padre dormía y mi madre se duchaba. A veces era molesto que coincidieran sus días libres, pero no los míos. Y otras veces era muy placentero, ya que gozaba de unas horas de paz en casa. Esperando el ascensor, salió de casa (como no) el chaval de ayer. Maldije al arquitecto por no poner dos ascensores. Entramos, y yo, como maniática controladora del tiempo que soy, le pregunté la hora, ya que él probablemente no estaría sometido al caos que había en mi casa. 

Las ocho y cuarto- esperó a que le dijera algo, le lancé una mirada de agradecimiento, y en vista de que cerré el pico, prosiguió la conversación. Cómo no, irónicamente-. ¿Vas a hablarme del tiempo, o prefieres sacar el tema del debate político? Tal vez prefieras comentar el bello trazado de los botones del ascensor.

 - Pues me parece que iban a haber violentas lluvias de paraguazos y grandes precipitaciones de cabezazos contra el bello trazado de los botones.

Sonrió, sabiendo que había dado por terminada nuestra conversación usando mis amados sarcasmos violentos, y al igual que el día anterior, caminamos en silencio. En el fondo buscaba su compañía. Ir solo por la calle es una muestra de ser marginado y en plena adolescencia se es muy susceptible. Aunque intenté rehuirle, sabiendo el futuro que me aguardaba, él siempre me alcanzaba. Tal vez rompecostillas no fuese apropiado para él. Tal vez patilargo o zancas de rana fuese mejor. Pero pensé << Iris, cremallera. Cremallera, no empecemos con mal pie con el primer tío que te presta atención>>. 

Aún no sé cómo te llamas, y no creo que lo de rompecostillas te haga mucha gracia.

- Ignacio Roberto Manuel - sonrió tímidamente, arvergonzado.

- Hum. Es…interesante- le miré, intentando no herir sus sentimientos con mis comentarios-. Yo me llamo Iris.

Le miré pensando que su nombre no le pegaba nada y que era un poco penoso, pero por respeto a él, callé. Pero vió mi mueca, típica de mí cuando alguien dice algo raro, y me muero de la risa pero me tengo que aguantar

- No pongas esa cara. ¿Cómo me voy a llamar así? Ni que tuviese pinta de ecuatoriano. Me llamo Mario. Sí, adelante. Ahora ríete de mí, pero mi nombre me hace adquirir poderes especiales cuando juego al Mario Bros.

No pude evitar reírme ante su propio ataque, que probablemente hubiese estado pensando de manera que derribase los muros entre nosotros. 

- ¿Qué es eso de rompecostillas?

- Tu mote. De alguna manera tenía que llamarte o insultarte.

- El gilipollas del rompecostillas. Suena bien, como a abusón. Es por el codazo que te di, ¿cierto?

- Premio. Gracias por ser tan bestia.

- Al ver que las palmaditas en el hombro no funcionaban, recurrí al macho que hay en mí.

Estaba tan empanada que ni las palmaditas me despertaron… De pronto, oí una voz que llamaba a Mario desde la lejanía. Me giré y lo único que vi fue a un chaval corriendo como un poseso hacia nosotros. Se colocó entre nosotros y  se puso a conversar animadamente con Mario, pasando completamente de mí, como si el único que me veía era él. Solo bastó que desviase la mirada para que su amigo girase la cabeza escrutándome de arriba a abajo. Su cara cambió totalmente y ahora del que pasaba era de Mario.

 -  Pierre de l’Amour, encantado de conocerte- dijo con un acento francés más falso que el diamante del anillo de prometida de mi madre.

Me besó la mano, y Mario se partió cuando vio mi cara de flipada.

- Marc, ya pasó, Iris no es como Daniela o Patricia- el tal Marc abrió los ojos y lo flipó con mi cara también.

- Ya que me has mojado la mano, ¿no tendrás algo de jabón para terminar de lavármelas?- se miraron entre ellos, riéndose de mi comentario y aproveché para escaparme de entre sus dedos con un gesto rápido y echar a correr, todo lo que pude, ya que lo mío tampoco era el deporte.

De lejos oí a Mario quejarse algo sobre arruinarle el momento, y Marc le cortó tajantemente asegurándole de que este año mojaban sí o sí, que no se preocupase tanto por tías mediocres. Me eché una rápida ojeada. Mi pelo era castaño, mediocre. Mis ojos eran marrones, mediocres. Mi altura era la normal en alguien de mi edad, mediocre. Mi cuerpo era ni fofo ni anoréxico, mediocre. Mis tetas ni eran invisibles, ni se parecían a melones modificados genéticamente, mediocres. Mi talla de zapatos era la 38, mediocre. Mi ropa ni era pija ni era del mercadillo, mediocre. Vale, era verdad, soy de lo más mediocre que ha habido jamás, pero me puedo teñir, ponerme lentillas, tacones, ponerme cachas, rellenarme el sujetador, usar los zapatos de mi padre y comprarme ropa en Barcelona, donde todo era de nivel. Lo que fuese con tal de ganarme el aprecio de los demás. Pero, ¿Por qué me preocupaba por todo eso? Sí me hacía popular, que era mi objetivo, me convertiría en ese tipo de persona que odiaba: superficial, guarra, maníaca de la moda, falsa, amigos de pega, aprovechada, caradura… Y yo no era así, porque ante todo era una persona y tenía principios.

Entre pitos y flautas (no literalmente, yo no camino por ese tipo de calles) había llegado al colegio. Mi clase estaba una planta más arriba. Y eso era más caótico que mi casa: una tía y un tío (remarco que son todos de 14 o 15 años) a punto de montárselo en la mesa del profesor, la pizarra totalmente cubierta por 69s, olor a mofeta muerta y a laca de uñas, cotillas chismorreando al final de la clase, sillas tiradas, música, gente bailando sobre las mesas, un grupo de chicos mirando porno,  y lo extraño es que no le hubiesen prendido fuego a la papelera. Más que un colegio parecía una fraternidad universitaria el último día de clase. Una voz conocida sonó demasiado cerca de mi oreja:

- Que tranquilos que están hoy todos.

- ¿Tío, que te has fumado? – le seguí la coña.

- No era sarcasmo, es que realmente hoy se están comportando. Oh, la papelera no está incendiada, mejor de lo que yo creía.

¿¡A qué clase de instituto me habían matriculado?! Porque eso no era un centro escolar, era una casa de bacanales y basura mezclada con laca de uñas. Opté por apartarme lo máximo posible, así que escogí un sitio de la última fila y me compungí hasta el punto de que pensaba que cabría en el cajón. Una chica se sentó a mi lado, y otra delante. Me miraron. Las miré. Apartamos la mirada al mismo tiempo, y sonreímos también a la vez. Ellas se conocían, así que yo era la que estaba más incómoda.

 - Tú eres la nueva- afirmó vagamente.

 - Si no me habías visto antes por aquí, supongo que sí - me dedicó una sonrisa perspicaz al mismo tiempo que estudiaba mi pose. La otra chica reaccionó más rápido.

 - No les tengas miedo. Montan unas orgías de cuidado pero mientras no les mires a los ojos 
no corres ningún tipo de problema.

- Creo que me he confundido de lugar... no esperaba terminar en Pacha a las ocho de la mañana - sonreí como idiota para ganarme su confianza.

 - Recuerdo que hace unos años aquí se venía a estudiar, pero a lo mejor es que han cambiado las normas escolares. Otra vez- la segunda chica parecía desenvolverse mejor conmigo que no la primera-. Soy Sara. Aquí la drogata que vive en su mundo es Tania. No le preguntes ni dónde vive, ni ella lo tiene claro.

 - ¿Por las drogas? –bromeé, teniendo muy claro que no se drogaba, solo estaba claramente enamorada.

 - No exactamente. A no ser que Edgar sea como el crack. En cuyo caso, sí.

Miró mi cara y comprendió que me había perdido. Con un rápido gesto, señaló al apestoso. 
Inconscientemente, se me escapó:

Ah, el mofeta muerta.

     Sara y yo compartimos una mirada de complicidad, mientras que Tania se aplastaba la nariz contra
     la mesa después de que su barbilla resbalase de su mano. Y mi primer deseo de no estar sola se 
     cumplió.

ESPERO QUE OS GUSTE, Y SI QUEREIS MÁS, DECIDMELO EN LOS COMENTARIOS, Y SI NO QUERÉIS MÁS, PUES TAMBIÉN ;)

2 comentarios:

  1. Hola!!
    Me encanta tú blog y pues te sigo!!
    Me gusta mucho la historia que estás escribiendo, y bueno, me encantaría que subieras más capítulos.
    Pásate cuando quieras!!
    Un beso! :-)

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    1. Gracias por tu apoyo, ya colgaré más capítulos dentro de unos días si veo que a la gente le va gustando:)

      Ya me he pasado, tu blog también me encanta, y también te sigo ♥

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